28 de diciembre de 2013

Lo miro.

Lo miro dormir.
Lo veo tan relajado que quiero despertarlo a besos, pegotearle abrazos.
Pero no, me aguanto y lo dejo seguir así, transpirado, ignorando que lo miro dormir tan enamorada de él como al principio.
Lo amo y me doy cuenta que no necesito explicar ningún porqué. Lo amo y punto. No necesito nada más que sentir eso.

Lo acaricio un poquito, tanta lejanía al lado de él me resulta imposible de soportar. Necesito tocarlo. Lo observo dormir desnudo, cómodo, tan relajado. Tan lindo, tan él.

Así, mirándolo a sabiendas de que está en otro mundo, sé que no es mío, que no es de nadie, ni siquiera de él mismo.
Es de la vida, hasta cuando ella quiera. Y la comparte conmigo, hasta que la vida quiera también. Eso, aún así, me gusta. Porque me gusta el presente, como un regalo. Tenerlo en mi presente me gusta. Y en mis planes.

Entonces lloriqueo armándome historias ridículas en la cabeza, sofocada por el calor y la resaca.

Y lo miro con ojos llorosos, con esa bronca de que se crea tan importante para mí y esté tan seguro de mi amor, y que sepa que es verdad. Que esté así, tirado en mi cama como si fuera el señor de la casa, con todos mis permisos.

De nuevo sé que no es mío, que es algo ridículo querer que una persona te pertenezca, no es sano, para nadie. No es real.

Sin embargo sé que si se despierta y se lo pregunto con cara de perrito abandonado, él me mira y me dice que sí.

21 de diciembre de 2013

Pichón de Luz.

Margarita se estaba por ir a trabajar y dejó al pichón en el patio.
La escucho echar a la gata, sacándola a escobazos. Me enojo y salgo a su encuentro, a traerme la gata, a ver porqué tanto escándalo.
Me enseña el pichoncito, me cuenta que lo tenía en la casa pero ahora se va. (-¿Entonces por qué no lo dejás adentro?- pensé)

Me lo traigo a casa, le trato de dar de comer pero aún es muy bebé y no come solo.
Está asustado. Lo abrazo con mis manos haciendo huequito y empiezo a practicarle la Técnica del Arca, que aprendí hace poco. Se queda quieto y mientras tanto pido asistencia, porque ni idea tengo de qué hacer cuando un pájaro no sabe comer solo.
Abre la boca casi por instinto, y empieza a tomar de las gotas de agua que le estoy dando.

-Vaya a saber de dónde salió este pequeñín- me digo a mí misma, como tantas otras cosas que me hablo.

Deduje que era una nena y la bauticé Luz.

Tengo que salir.
Ya no pide más agua, se está durmiendo.
Aprovecho y salgo en la bici hasta lo de mamá y a la librería.
Tardo una hora, hora y media.

Cuando vuelvo está de costado, asumo que agotado por el calor y la lucha de querer salirse de la cajita en la que lo dejé. Hizo caca una, dos, tres veces, y encima se sentía solo.

Me siento muy culpable, muy mucho.

Intento nuevamente darle de comer, pero no hay caso.
Me traje un gotero de casa, pero el agua la traga a duras penas.

Es inevitable, yo ya sé que se va a morir, lo sé y empiezo a llorar con el pichoncito en las manos, entregándolo al cielo como para que se lo lleve cuanto antes y el pobrecito deje de sufrir.

Salgo al patio, miro al cielo, solicito asistencia de nuevo.
Le hago Reiki, está muy tranquilo, pero no para de abrir el pico como cuando quiere comer.
De todos modos, le hace caso omiso al agua.

-Quizás sólo quiera respirar- y dejo de ahogarlo a gotazas.

Ya lo sé, ya sé el final y es algo que no puedo permitir, me siento culpable y a la vez tan estúpida...cómo no voy a poder mantener un pajarito?? Y el día que quiera tener un hijo? Qué voy a hacer?
Hago una tragedia y un mar de mocos, no puedo parar de llorar.
Exagero? Probablemente.

Pero para mí un pajarito y un ser humano tienen la misma importancia, el tamaño no me modifica los sentimientos.

Me puse muy triste, hasta que trataron de hacerme entender.

-No podés responsabilizarte por los destinos ajenos, hay cosas que no podés manejar en la vida. Tenés que aprender a dejar ir.

Prendí las velas del Sanctum y cuando volví se había muerto.

Estaba de costado, acostado como un angelito, después de intentar sobrevivir, como todos.

Y sí, deberé aceptar que no me pertenece ningún destino más que el mío, y que probablemente ese pichón se fue porque ya cumplió su misión: venir a enseñarme a mí las cosas que más me cuestan.

20 de diciembre de 2013

Pregunta.

Y si todos los libros de ficción o "imaginados", realmente están sucediendo o sucedieron en otra dimensión, y el/la escritor/a simplemente los canalizó? Sin saberlo, claro...

Esas cosas me pregunto a veces.

18 de diciembre de 2013

Me quiero ir.

Me quiero ir a fin de año, no siento ganas de estancarme acá.
Sí, sé que la felicidad está dentro mío y no en el lugar donde esté, pero esta vez necesito un cambio.
Sobretodo desde sé que los que quiero, no sienten el mismo interés que yo en un día como Año Nuevo.

Decido entonces, que a mí también me dá lo mismo.

Que a mi vieja directamente nunca le gustaron las fiestas, y menos desde que falleció mi abuelo. Que siempre me dió libertad de elección y es felíz si yo estoy felíz. Porque gran parte de su felicidad, lo sé, depende de la mía.
Y la amo más por eso, por ser tan incondicional y saber lo que me hace bien, y apoyarme al respecto.
Y además le gusta acostarse temprano esos días...

Que el resto de personas que quiero, o con las que me gustaría estar, prefieren el ámbito que a mí ya no me interesa, eso que yo ya viví.

Ya saboreé el significado de la resaca de fin de año, el sabor a nada que tiene un primero de enero en mi casa, tomando agua con limón y quejándome del dolor de cabeza.

La cena recalentada del treintayuno, el lechón frío con rusa, el arrollado con los bordes secos, los restos más feos del asado, las sobras de ensalada de fruta que sólo tienen naranja y manzana.
Los pedacitos de pan dulce para el mate, el turrón que no se abrió.

Y las tradiciones, eso quizás sea el porqué.

Estoy harta de las tradiciones superfluas.

No quiero comer lechón.
No quiero atorarme de turrones y almendras con chocolate.
No tengo ganas de tomar champagne y bailar hasta que amanezca, rodeada de gente que no conozco o de personas superficiales que se pusieron el último vestidito de moda para ser la más mirada, o el canchero de camisita que pretende levantar cualquier cosa que no vea borrosa.
Me cansé y esto no es de ahora.

Me divertí de ese modo, bastante, hasta los 20, 21 años, hasta que me dí cuenta que las cosas como se dan en esta ciudad, no son parte de mí, ni quiero que lo sean.

A mí no me cambia la felicidad ir al Boat Club a hacerme ver o ver a otros.
No me la cambia bailar borracha al lado del río haciéndome la linda, pero sí donde me sienta cómoda y no tenga que demostrarle nada a nadie.
A mí no me cambia la felicidad comer lechón, un plato de ravioles, o una ensalada de fruta.
Ni siquiera me motiva ponerme linda para la gente que no me interesa que me vea.
Me cambia la felicidad quedarme sola en casa, triste porque no puedo compartir una noche de charla mirando las estrellas con los que quiero, porque les interesa otra cosa.

Así que me hago cargo, y trato de que entiendan que mi interior es lo que más alimento necesita, no mi ego.

Y adentro, disculpen acá sí el rapto de egocentrismo, pero sí, soy linda. No es porque me sienta fea físicamente, me creo normal.
Pasa que el exterior se pudre, y hay gente que todavía no se avivó de cómo se arruina el cuerpo, del tiempo y la plata que está gastando. Esa misma plata que en cinco años yo me gasté en libros y cursos, de los cuales hay varios que sé que me llevo conmigo cuando me vaya.

(Peco de soberbia y me bajo del caballo, porque me doy cuenta que tiendo a "señalar con el dedo" a las personas que se burlan de lo que pienso, que se ríen cuando quiero explicarles algo, esas que no entienden ni mis creencias ni mi postura.
Pero me quedo tranquila sabiendo que a todos nos llega el momento, y que es imposible acelerarlos.)

En fin, no me quiero quedar acá.
A mí me gusta el ritual del año nuevo, no el de la comida y el desbande, sino el interno.
El proceso, la renovación. El aire, las estrellas, la emoción de un nuevo ciclo.
Escucharme y escuchar-los. ♥

Así que, hasta poder adaptarme y darme cuenta de que la felicidad está sólo dentro mío, la voy a buscar al mar.

Y de paso leer, escribir, caminar por la arena, bailar tranquila y con la música que yo quiera, tomarme una copa de vino charlando de las cosas que me interesan, y con gente que se siente como yo: esta vez quiero estar cómoda y sentirme bien, y me lo merezco.

Así estoy, sigo tratando de vivir como escribo.

11 de diciembre de 2013

Un cuento, o algo así.

Nos despedimos cuando el sol estaba bajando.
Yo, un hombre reservado que apenas pasaba los cuarenta años, estaba pactando mi divorcio.
Ella seguía siendo, para mí, la mujer más bella del mundo. Y sin embargo ahí estaba yo, sentado sin poder decirle cuánto la amaba mientras ella se alejaba a cada paso más de mí, de mi vida, de mi persona que ya no le atraía más que para firmar un supuesto acuerdo.
Yo la amaba, y ella para mí era todo.

Se fue caminando por la calle lindera al río, como si fuera el Pont des Arts y ella mi Maga, y yo casi me sentía Cortázar, el que la miraba pasar de la mano de otro en la milonga, el que vomitaba conejitos.

Me dije a mí mismo que la recuperaría, uf, tantas veces. Que dejaría de ser el que no la cuidaba, el que no se cuidaba de sí mismo.
Que por fin no tomaría tantas malas decisiones, que la llevaría del brazo adonde ella quisiera, al fin del mundo si venía al caso.

Pero nunca cumplí mis promesas, siempre fui de boca vana, de palabras vacías.
Y un día se cansó. Le agoté tanto las esperanzas que decidió valorarse un poco e irse con otro. No vale la pena enunciar nisiquiera quién era ese otro.

Y se fue, y así la perdí.

La había conocido en la calle, en San Telmo. Vendía artesanías en el local de una tía suya, y yo, haciéndome el interesado en vasijas de barro que, en mi vida había pensado usar, entré una de esas tardes en las que pasaba y miraba para adentro, haciéndome el macho argentino.

Dije que buscaba algo para mi abuela enferma, pobrecita ella, que por fin la pudimos traer desde Alemania para cumplir su último deseo de ver un partido en la Bombonera, para luego volverse a su país natal a esperar a la de negro.
Le dí tanta pena que me terminó regalando una de las dos vasijas que me llevé. Y qué culpa tendría mi abuela, nacida, criada y fallecida en Chacarita, de tamaña infama.

Unas tardes después, la invité a salir. Era un sueño, su pelo largo, los labios que ni carnosos eran, y esa nariz chiquitita, no sé cómo explicarles, era un sueño, MI sueño.

Pero entre tanto recuerdo, en fin,  ahora recuerdo que la perdí.

Que le entretejí en el alma tantas decepciones, tanto desamor. Que prometí cuidarla ante todo, más que a mi vida, pero no pude, creo que ni siquiera lo intenté.
No le dí valor, no le ví el valor, ni el brillo a tiempo. Y, por dios, esa mujer sí que sabía cómo brillar.

Si se ponía un pantalón, brillaba. Si usaba ese vestido rojo en Año Nuevo, era el sol de la madrugada. Si lavaba los platos toda despeinada, era mi propio sol. Y nunca se lo dije, nunca lo supo de verdad.

Mis viejos siempre fueron reacios para darme amor, y les echo la culpa -todavía hoy-de porqué yo no supe entregarme tampoco. Nunca le dije que la amaba. Nunca le dije todo lo que valía para mí, que quería que fuera la madre de mis hijos, la que me acompañara a elegir cada destino en las vacaciones, la que quería de mi mano el día de mi muerte.

Sólo tuve quejas para darle, sólo supe decirle lo mucho que me molestaban sus defectos, que eran mínimos. Que cocinaba asquerosamente, que no podía pintar ni una pared sin hacer desastres, que era malísima para los deportes, para la cultura, para todo lo que le podía generar alguna pasión y alejarla de mis brazos.
Siempre borracho, yo me atajaba, por las dudas. No sea cosa que por no tenerla cagando un poquito, se me fuera a ir con otro. Un pelotudo.

A las minas eso es lo peor que le podés hacer.

Sumado a mi falta de conocimiento en la materia de entregar amor, ella se desesperaba, no sabía cómo conformarme, qué más hacer por mí. Pobre mujer, y yo la vivía. Se la pasaba llorando el último tiempo, la terminé gastando, le destruí la autoestima.

Aunque mis amigos me dijeran que la culpa no era del todo mía, yo sabía que era así. Como dije ya, ella brillaba siempre. Y yo le supe sacar poco a poco, esa luz que tan felíz me hacía.

Se la absorbí, como si fuera un papel secante. Me gustaba apretujarla entre mis brazos, sentir que me pertenecía. Que yo era para ella y ella sólo para mí, para nadie más.
La alejé de su familia, de sus amigos. Nadie brillaba tanto como para merecerse su presencia.

Ella me contaba que estaba triste, que no sentía amor por nada, que ya en nada veía esa “chispa” que sentía antes por todas las cosas, por sus cosas, por mí.
Estaba como aburrida, en off. Y me lo contaba y yo la escuchaba. Y no la acariciaba. No la abrazaba. No la supe contener.

Fui un fracasado, siento que lo fui y que podría haberlo evitado. Que ella no se hubiera ido así.

Me ponía nervioso que se arreglara y se pusiera linda, más linda de lo que era, para ir a visitar a la madre, ¿quién se creía esa vieja para merecerla tanto? Ni yo la estaba mereciendo así últimamente.

Y las veces que hacíamos el amor, dios mío, era tocar el cielo con las manos. Quizás en la cama no la abandoné tanto, le alimenté todo aquello que no le alimentaba fuera de la habitación. La amaba sin palabras, pero con tanta fiereza que creo que se quedaba conmigo sólo por eso. Era mi única manera de demostrarle mi amor, de sacar la violencia que me generaba amarla tanto.

De todos modos, ya saben, se cansó. Me dijo que se iba, que se sentía apagada.
Y yo pensé que tanto brillo no podía haberse apagado sin mi permiso, ¿cómo podía ser así? Si yo la amaba…¿había otro, acaso?

Y la confirmación fue la herida que me faltaba en el pecho, como si todo el frío tajante de su distancia, me cortara todo el cuerpo, en pedazos, lentamente.

Así que mientras se alejaba de mí, caminando con las manos en los bolsillos, ignota de mi desesperación, de mi angustia por no saberla más mía, le disparé por la espalda. Y ahí del todo, con mi permiso, sí, se apagó.

Se apagó como una estrella, como lo que era. Pero las estrellas que dejan de brillar, no dejan de brillar y listo. Las estrellas se mueren, se apagan mientras lo hacen, lentamente.

Entonces yo preferí acortarle ese suplicio, esa muerte lenta y dolorosa, ya sin mí a su lado para amarla, aún en silencio. Preferí pasar este infierno solitario, en dos metros cuadrados, esperando hasta que llegue mi momento, antes que saberme solo en la casa y con ella de la mano de otro, sonriendo, caminando por ahí.

8 de diciembre de 2013

Creemos que la caballerosidad no es machismo, y la extrañamos.

Con el tiempo, la mujer no sólo se independizó de estereotipos machistas, se liberó de prejuicios y alcanzó casi plenamente la libertad de ser alguien en la sociedad, sino que también comenzó a cargarse las espaldas con atributos o características que no le pertenecen.

Como todo cambio es bueno, inequívocamente atrae a su opuesto para equilibrar la balanza, y ante cada oportunidad, lo llamado "malo", también tiende a aparecer en escena.

Desde antaño, la mujer fue desenvolviéndose en roles de los que se fue apropiando.

Fue pecando de aprovecharse del hombre cuando éste era sólo una víctima de la brujería, y éste papel más tarde se dió vuelta y el hombre tomó las riendas, quitándole derechos y obligándola a quedarse "en la casa", porque la mujer no era de fiar si se salía de la rutina establecida, si conocía sus poderes, su bruja interna, su Yo Superior.

Gracias a eternos factores, mujeres imponentes y seguramente algunas que han escuchado voces no terrenales, hoy la mujer juega un papel tan importante como el del hombre en la sociedad, y, algunas veces, más importante.

Pero esto no nos es tan favorable como parece.
Hablando en primera persona y del lado que me corresponde, a veces nos tienen miedo.

La mujer tiene libertades que al hombre lo llenan de dudas.
Una mujer independiente, con una profesión, actitud, sin tapujos y honesta, con hobbies, con amigas leales (una de las cosas que más fuerza le da a una mujer es contar con amigas estables y sinceras) que sabe lo que quiere, que se interesa por la cultura, una película, un buen libro y un vino-sin depender de nadie ni para ir al cine -que conoce sus límites y debilidades, y que, como buena "bruja", sabe incluso lo que le pasa al otro, genera tanto interés como dudas.

La sociedad del s.XXI nos ha dado un lugar tan importante como temerario.

El hombre teme acercarse a una mujer que parezca más fuerte que él, o más segura. Tiene acrecentado el miedo al rechazo, a la humillación. Viene con la vulnerabilidad tan exacerbada, que teme hasta expresar su amor por temor a no ser correspondido y salir corriendo aullando como un lobo herido, cosa que también lo ridiculizaría y sólo empeoraría las cosas.

El hombre, sí, se caga en las patas cuando una mujer de este tipo, le gusta demasiado. Y se alivia cuando ésta cae en algún ciclo de inestabilidad o comienza a mostrar sus defectos. Porque ahí se dan cuenta de que también son humanas y llenas de errores.

El hombre cree que la mujer independiente, no necesita de él para cambiar una lamparita, y se aleja.
Y es verdad, no lo necesitamos ni para cambiar las llantas del auto.
Pero eso no quita que por saber hacer algo, no nos guste que se ofrezcan a colaborar, a ser caballeros y darnos la campera cuando refresca, a ponernos del lado de la pared cuando caminamos por la calle, a mandarnos un sms que nos derrita de amor (que equivale a las cartas románticas del s. XVI, pero en menor escala), porque esas cosas, muchachos, nunca pasan de moda.

Ser caballero es respetar a la mujer y cuidarla, amarla como se merece, darle el lugar que le corresponde. No desentraña ningún misterio inalcanzable ni nada que les cambie la forma de ser o vivir la vida, no dejan de ser ustedes por prestarnos atención y cuidados a nosotras.

Y además, porque todos, siempre, necesitamos sabernos queridos. Por más autosuficientes que seamos.

Es tan justo cocinar y poner la mesa para la mujer, como para el hombre. Libérense de tabúes que los tildan de gays (y del miedo a ser calificados o burlados por eso) sólo por equiparar las tareas, por dejar que la mujer haga algo calificado como masculino e, inclusive, por escuchar a su lado femenino y arreglarse para invitarnos a cenar, por mirar las estrellas con nosotras, o por llorar con una película. Eso no los hace menos hombres.

No son menos hombres porque sepamos arreglar el inodoro solas.
No son menos hombres si saben que nosotras nos podemos cuidar, pero se ofrecen a hacerlo de todos modos.
No son menos hombres si nos demuestran cuánto nos aman, o si nos regalan una flor recién arrancada de un jardín.

Son menos hombres cuando se creen superiores y nos maltratan, mental, física o verbalmente.
Cosa que, inconscientemente, hacen porque se dieron cuenta que nosotras ya sabemos el poder que tenemos, y que sabemos cómo usarlo.




PD: Gracias Manu por la charla, la inspiración y la co-creación de esta entrada.

5 de diciembre de 2013

Perfume a hogar.

Hace alrededor de una semana, hice chutney de mango y mermelada de frutillas, para mí.
Es algo que hace rato tenía dando vueltas en la cabeza, y nunca me animaba. Siempre me llamó la atención y jodo con que voy a terminar viviendo en Córdoba vendiendo mermeladas (mucho antes de cocinarlas por primera vez).

Casi en broma, cuando los terminé, subí las fotos a FB.

Y ya vendí un chutney y dos frascos de mermelada de frutilla, lo cual me resulta muy gracioso sin dejar de sorprenderme, porque hacer esto es una tarea casi alquímica, y honestamente, me maravilla.

Me encanta!

Ahora por ejemplo, estoy haciendo mermelada de durazno y lavanda, (de la cual ya tengo un frasco vendido) porque además, amo cocinar con flores.

Más allá de la tarea en sí misma, que era una pequeña cuenta pendiente y se me está transformando casi en un hobby, lo más lindo de todo, es el perfume que hay en casa.

Con ese olorcito dulce, me dí cuenta que donde yo esté, está mi hogar.
Sobretodo si estoy haciendo conservas. :)

2 de diciembre de 2013

"Las mujeres esto, las mujeres lo otro" y otras consideraciones de superioridad masculina.

1)-Las mujeres son exageradas.

Y los hombres no.
Mentira.

Las mujeres les damos a las cosas, la dimensión e importancia que tienen en nuestras vidas, que, claramente, no es la misma que le dan los hombres.

A una discusión de pareja, nosotras le damos la importancia directamente proporcional que la relación tiene para nosotras. Y aunque nos enfocamos en la discusión, así y todo, no podemos evitar relacionarla con libros, estadísticas, análisis psicológicos, y las otras veces que se habló de lo mismo.

Una mala reacción por algo que nos resulta una simpleza, nos pone mal al extremo de pensar porqué esa cosa altera tanto al otro "-¿Acaso pasa algo más que yo no sé?" nos preguntamos. Porque no podemos creer que del otro lado haya habido cierta agresividad cuando el problema era una bo-lu-dez para nosotras.

Y nos perseguimos y preocupamos por el otro, pero cuando estamos ahí, tratando de saber qué pasa ZAS!.
"-Calmate exagerada."

Y repasamos todo hasta el momento en que nos dijeron eso, y a veces nos la terminamos creyendo.
Pero NO.

Ahora, ser exagerada por tratar de entender las reacciones de los hombres ante problemas mundanos o que nos resultan simples, eso sí, es una exageración.

2)-Las mujeres son dramáticas.

En relación directa al punto uno, las mujeres somos las que hacemos un mar de una gotera.
No.

Queremos que entiendan, de mil y una maneras, que no podemos hacer todo lo que queremos hacer, cumplir con todo lo que se nos exige cumplir y encima estar atentas de no pifiarla nunca.
Porque además, si cargamos con la mochila de la autoexigencia y nos cuesta relajarnos, un error remarcado es el apocalipsis.

Estamos constantemente bajo presión, y, si no tenemos a nadie que nos baje un cambio o que sea nuestro cable a tierra, una estupidez que salga mal nos va a hacer estallar los ojos en cisternas y el carácter en hombre lobo.

Y ésa es nuestra manera de actuar: las mujeres pasionales o con vida interior, nunca NUNCA nos quedamos calladas o de brazos cruzados. Le vamos a dar vuelta a la cuestión hasta desenterrar el último huesito y sacarnos la última duda del porqué.
Aunque nos cueste una semana de lágrimas en la almohada.

Porque si nos equivocamos, nos lastimamos mucho. Pero si encima de equivocarnos, los hombres nos señalan el error con el dedo en la llaga, nos hiere mucho, pero mucho más.

3)-A las mujeres no les podés decir nada que ya se enojan.

Nos enojamos cuando las cosas no se dicen, más que con las que sí.

Y si las que se dicen, se dicen:
a) De mala manera;
b) Sin tener en cuenta que también tenemos sentimientos;
c) Remarcando algo que estamos en proceso de cambiar, porque es algo que nos molesta de nosotras mismas;
d) Comparándonos con otras mujeres;
e) Cuando estamos con SPM;

todo, todo lo que digan puede ser usado en su contra.
Notar que los puntos del a al d son los mismos que a los hombres también les gustaría que tengamos en cuenta nosotras.

4) -Las mujeres son complicadas.

Una sola mujer, tiene más de otras 10 mujeres en su interior.
Si pretendés decirle algo a la mujer profesional o a la mujer madre, cuando en realidad se lo debés decir a la mujer-novia/esposa, tratá de bancarte la caca un toque. Esperá el momento adecuado cuando deje de hablar por teléfono con un cliente importante, cuando ya haya dormido al nene o cuando ella ya se haya despertado, por lo menos.

Nos enroscamos, además, porque los hombres no dicen las cosas que los afectan de una, como si mostrarse vulnerable fuera algún tipo de debilidad social. Se callan y prefieren decirlas sólo con el tirabuzón entre los ojos. ( O esperar a que la veamos en nuestra bola mágica)

No sólo dan vueltas para hablar, sino que también procesan todo lo que les resulta importante, tanto como nosotras.
La diferencia es que, las cosas importantes para ellos, se resumen en:
-Su entorno familiar en general
-Su trabajo
-Fútbol
-Organizar el asado/recital con los amigos

Sin embargo para nosotras, si tenemos hijos están primero, pero sino, a los hombres les damos la importancia que creemos que se merecen en nuestras vidas, osea, bastante prioritaria. Si, acá las equivocadas claramente somos nosotras, no?

Y éso nos hace complicadas: darles bola a ellos con cosas que a nosotras nos dejan dando vueltas toda una noche, mientras que los hombres no sólo la olvidaron, sino que si queremos hablar más tarde, el tema "ya fue", aunque nunca se haya cerrado una charla.
Simplemente "pasó el momento", cuando en realidad nosotras preferimos solucionarlo tarde o temprano, por eso volvemos a sacar el tema.

No nos gustan las cosas colgadas en el aire, sin solución.

5)-Las mujeres son gatafloras y no saben lo que quieren.

Acá no hay nada más erróneo.
Y no hablo de adolescentes ni de veinteañeras que ni saben qué quieren estudiar.

La mujer con todas las letras ya sabe todo lo que quiere de su vida. Y sabe de antemano, antes de conocer a un hombre, todo lo que necesita en caso de desarrollarse una relación.
Sabe que el hombre que la hará felíz no tiene importantes rasgos físicos, sino que la manera en la que es con ella es todo lo necesario: que la ame y se lo haga saber, no hay ningún otro misterio.
Allá él cómo se desenvuelve para hacérselo saber a ella, aunque esté implícito, la mujer siempre necesita demostraciones de afecto. Porque reafirman su femineidad, su amor por el susodicho y por la vida misma, por haberle brindado la posibilidad de ser y sentirse amada.

Por otro lado, la mujer sabe bien de qué quiere vivir, qué quiere de acá a 2 años, de acá a 10 y lo que quiere con su entorno.
Sabe qué camino tomar, qué elecciones son las mejores, y hasta qué comer para sentirse bien físicamente.

Sin embargo, a veces cae en trampas de las que no es fácil desenredarse.

Las trampas se burlan de nuestra autoestima.
Si la trampa es muy brava, probablemente nos sintamos decepcionadas, queramos cambiar de rumbo. Si antes no nos gustaban las cirugías, desde que el hombre se babea con esa mina tetona, queremos ponernos 100cc en cada teta, y si tuviéramos lugar para una tercera, también.

Y nos sorprende pensar eso, porque no somos así. Pasa que ahora estamos atrapadas, enredadas en cosas que no somos, que creemos que nos harán sentir más seguras, que superficialmente nos ayudarían, pero sabemos en el fondo que no es así.

Creemos que una pequeña discusión es una muerte segura, y no nos damos cuenta que todos los tipos de relaciones están llenas de momentos de vida y de muerte, de renacimientos.

Nos aferramos a personas y situaciones que nos reaniman, aún cuando ya volvimos a estar de pie. Estamos inseguras y creemos que las palabras de amor o demostraciones de afecto son la solución (y si, en gran parte nos ayudan, y ayudan a que no les "rompamos las bolas", anótenlo por ahí), cuando en realidad el problema siempre es más profundo: nos perdimos. Estamos abombadas, desanimadas, pero ya nos vamos a volver a encontrar, TENGAN PACIENCIA! Que esperar, cuando hay amor, no es ninguna tragedia.

Finalmente, cuando la mujer se da cuenta de que no tiene que estar aferrada a nada ni a nadie, y se suelta, ahí somos gatafloras, somos las cambiantes, las que no saben lo que quieren.

Si antes estábamos muy apegadas a alguien, siendo cariñosas todo el tiempo, y ahora estamos más cómodas sin ser tan inútiles, eso les resulta extraño.

Si dimos mucho amor y nunca nos fue devuelto de la misma manera, o fue ignorado, cuando nos soltamos nos damos cuenta de que es en vano dar algo que al otro no le importa, es casi inconsciente.

Y así con todo, vamos mutando continuamente porque subimos y bajamos la escalerita de la autoestima con mucha facilidad.

Así, cuando más arriba estamos, sin ir al extremo de lo egoico, y estamos bien, equilibradas...ahí somos las que los atraemos, las hermosas, las que ellos aman.

Porque si estamos débiles y necesitadas de afecto, "-Juira bicho!" y casi que nos corren con la escoba para no estar tan melosas, pegotas y exigentes.

El hombre pretende que, si algo le molesta de nosotras, lo hagamos desaparecer de un día para el otro. Como si lo bruja en nosotras pudiera trasmutar todos "nuestros defectos" en virtudes en un santiamén. Igualmente, a medida que lo hacemos, ellos, no tan detallistas, ni cuenta se dan de los cambios graduales.

Dicen perder la fe en que cambiemos, dicen no creer en que vayamos a mejorar.
Yo sólo me pregunto si es que no creen en nosotras, o no creen en ellos mismos. Porque algo tan profundo como un cambio, no puede basarse en el conocimiento de una mujer, sobretodo cuando ella ni siquiera se conoce tanto, aunque lo intente.

Porque nosotras cuando queremos algo, sabemos qué hacer y cómo para conseguirlo/cambiarlo, y también sabemos que todo lleva tiempo, que todas las cosas, animadas o inanimadas, llevan un proceso. Y desde que nacemos vamos cultivando la paciencia.
No sólo para tenerla con nosotras mismas, sino porque estamos preparadas para tenerla con los hombres.

A menos que se haga demasiado tarde, porque tampoco nos gusta esperar toda la vida.

1 de diciembre de 2013

Cómo disfruto a Los Beatles drogada.

Es real.
Cada vez que pongo Abbey Road y me fumé aunque sea un fino, escucho todo como si fuera nuevo.
En I Want You escucho un televisor en ningún canal al final, que me hace ir a la mierda.
En Because percibo nuevos coros y prolongaciones de palabras.
Cuando Carry That Way amanece pegada a Golden Slumbers, me da escalofríos.

Cuando escucho los Beatles drogada, me voy desvistiendo en strip tease aunque no tenga espectador.
A veces imagino que está mi novio y le hago ese baile que no sé si alguna vez me animaré a hacer.

Me voy deslizando por las canciones que contienen casi un universo, nuevo, preñado de asombro, en cada comienzo. Me patino, voy como resbalando plácidamente.

Es esa sensación del ácido en los 60, ese delirio casi místico que te hace acreedor de poderes sobrenaturales, de conexión súper profunda con el espacio, con el todo. Esa autoestima de nerd universal.

Voy bajando el tobogán a medida que el disco se va terminando, alguien me mece entre las corcheas, voy y vuelvo como en una hamaca.

Tengo paz, los 4 me dan paz. Hay más ahí, al fondo del sonido, atrás de todo de la canción. Como si delante estuvieran las voces, en otro nivel está cada instrumento; si fuera a numerarlos diría que en el nivel 5 están las voces, en el 4 el bajo, en el 3 las guitarras, en el 2 la batería y ahí, en el uno, al fondo de todo, en lo carente de luz, el vacío, ésa profundidad de la música como contenedor de muchos silencios juntos, que hacen a la pieza.

Ahí atrás, no hay nada. Acá adelante, tengo todo, y me voy metiendo, hasta el fondo. Hasta el silencio, hasta el universo, hasta el todo, hasta la nada.

She Came in Through the Bathroom Window, y yo me elevo de nuevo, vuelvo de allá, de lo profundo. Y separo cada sonido, cada vocal, cada instrumento. Lo aíslo de los otros y disfruto parte por parte, sector por sector.  Y veo a la oriental entrando por la ventana en Across the Universe.
Disfruto en una pasada, el mismo tema 5 veces. O más. Tengo como 20 oídos.

Pero sólo me pasa con los Beatles, y sobretodo con este disco.

Y me cuelgo.

Me cuelgo.

Me recontra cuelgo.

Y estoy sola en casa y bailo como en un ballet celestial.

Y me agarra hambre. Y ataco las obleas de limón con el dulce de frutilla.
Casero.
Que empecé a hacer el otro día, para mí.
Y del que ya vendí dos frascos.
Cualquiera.