Me quiero ir a fin de año, no siento ganas de estancarme acá.
Sí, sé que la felicidad está dentro mío y no en el lugar donde esté, pero esta vez necesito un cambio.
Sobretodo desde sé que los que quiero, no sienten el mismo interés que yo en un día como Año Nuevo.
Decido entonces, que a mí también me dá lo mismo.
Que a mi vieja directamente nunca le gustaron las fiestas, y menos desde que falleció mi abuelo. Que siempre me dió libertad de elección y es felíz si yo estoy felíz. Porque gran parte de su felicidad, lo sé, depende de la mía.
Y la amo más por eso, por ser tan incondicional y saber lo que me hace bien, y apoyarme al respecto.
Y además le gusta acostarse temprano esos días...
Que el resto de personas que quiero, o con las que me gustaría estar, prefieren el ámbito que a mí ya no me interesa, eso que yo ya viví.
Ya saboreé el significado de la resaca de fin de año, el sabor a nada que tiene un primero de enero en mi casa, tomando agua con limón y quejándome del dolor de cabeza.
La cena recalentada del treintayuno, el lechón frío con rusa, el arrollado con los bordes secos, los restos más feos del asado, las sobras de ensalada de fruta que sólo tienen naranja y manzana.
Los pedacitos de pan dulce para el mate, el turrón que no se abrió.
Y las tradiciones, eso quizás sea el porqué.
Estoy harta de las tradiciones superfluas.
No quiero comer lechón.
No quiero atorarme de turrones y almendras con chocolate.
No tengo ganas de tomar champagne y bailar hasta que amanezca, rodeada de gente que no conozco o de personas superficiales que se pusieron el último vestidito de moda para ser la más mirada, o el canchero de camisita que pretende levantar cualquier cosa que no vea borrosa.
Me cansé y esto no es de ahora.
Me divertí de ese modo, bastante, hasta los 20, 21 años, hasta que me dí cuenta que las cosas como se dan en esta ciudad, no son parte de mí, ni quiero que lo sean.
A mí no me cambia la felicidad ir al Boat Club a hacerme ver o ver a otros.
No me la cambia bailar borracha al lado del río haciéndome la linda, pero sí donde me sienta cómoda y no tenga que demostrarle nada a nadie.
A mí no me cambia la felicidad comer lechón, un plato de ravioles, o una ensalada de fruta.
Ni siquiera me motiva ponerme linda para la gente que no me interesa que me vea.
Me cambia la felicidad quedarme sola en casa, triste porque no puedo compartir una noche de charla mirando las estrellas con los que quiero, porque les interesa otra cosa.
Así que me hago cargo, y trato de que entiendan que mi interior es lo que más alimento necesita, no mi ego.
Y adentro, disculpen acá sí el rapto de egocentrismo, pero sí, soy linda. No es porque me sienta fea físicamente, me creo normal.
Pasa que el exterior se pudre, y hay gente que todavía no se avivó de cómo se arruina el cuerpo, del tiempo y la plata que está gastando. Esa misma plata que en cinco años yo me gasté en libros y cursos, de los cuales hay varios que sé que me llevo conmigo cuando me vaya.
(Peco de soberbia y me bajo del caballo, porque me doy cuenta que tiendo a "señalar con el dedo" a las personas que se burlan de lo que pienso, que se ríen cuando quiero explicarles algo, esas que no entienden ni mis creencias ni mi postura.
Pero me quedo tranquila sabiendo que a todos nos llega el momento, y que es imposible acelerarlos.)
En fin, no me quiero quedar acá.
A mí me gusta el ritual del año nuevo, no el de la comida y el desbande, sino el interno.
El proceso, la renovación. El aire, las estrellas, la emoción de un nuevo ciclo.
Escucharme y escuchar-los. ♥
Así que, hasta poder adaptarme y darme cuenta de que la felicidad está sólo dentro mío, la voy a buscar al mar.
Y de paso leer, escribir, caminar por la arena, bailar tranquila y con la música que yo quiera, tomarme una copa de vino charlando de las cosas que me interesan, y con gente que se siente como yo: esta vez quiero estar cómoda y sentirme bien, y me lo merezco.
Así estoy, sigo tratando de vivir como escribo.
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