28 de agosto de 2013

Campana.

Mi ciudad es linda. Pero no se siente bien.

Tenemos río, tenemos plazas y espacios verdes.
Tenemos escuelas, teatros, catedrales, pulpería, restaurantes, pizzerías, bares, heladerías.
Como en todas las ciudades.

También hay gente copada y gente de mierda; hay gente que siempre te da una mano y otros que te la quitan, pero eso no es lo importante porque uno ya sabe quién es quién, y sabe a quién acercarse y a quién no.

Lo importante es que acá la mayor fuente de trabajo y lo que ha generado que la ciudad crezca tanto, son las fábricas.

Tenaris con sus tubos de acero, la Esso con sus derivados del petróleo, Cabot con sus porquerías de carbón, y Carboclor con solventes, alcoholes, destilados, ácidos y otros contaminantes...

En fin, así como "dan de comer" a muchos, me doy cuenta de cuánto entristecieron la ciudad.

No hablo del aspecto físico o geográfico solamente; más allá de los cielos grises y sus chimeneas de nubes tóxicas, lo que indigna es que todas lindan con el río y el pobre se come todos esos desechos...

La tierra y el agua pagan el pato acá.
Nos daban de comer y ahora lo que nos da de comer los destruye.

La tierra sufre, llora, le duele.
Está sucia, cansada, agotada.
Se la ve triste y desganada, como si no tuviera esperanzas. Está tan contaminada que las plantas crecen a duras penas.

El aire genera una cantidad increíble de alergias y enfermedades, y el nivel de cáncer supera ampliamente a otras ciudades vecinas.

No voy a entrar en detalles ni en estadísticas, solo diré que la ciudad sería mucho más pura y limpia, si no hubiera crecido tanto.

Una gran paradoja.

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